Dicha unión demostró que las empresas pueden crecer sin fusionarse. Sin embargo, su posible ruptura afectaría a una industria de por sí frágil.
Carlos Ghosn celebró el décimo aniversario de la alianza Renault-Nissan en 2009, no solo ignoró la recesión mundial, emitió un comunicado de autoconfianza en el que se enumeraban los 10 grandes logros de la cooperación franco-japonesa. En marzo pasado, cuando la alianza llegó a su vigésimo aniversario, nadie en Renault o Nissan se molestó en enviar un correo electrónico para señalar el acontecimiento. El contraste en la conmemoración de los dos aniversarios captura perfectamente el estado de crisis que golpea a la alianza después del arresto de Ghosn. Se cerraron por completo varias funciones compartidas, en particular en las áreas de comunicación y la oficina del director ejecutivo, que simbolizaba el control de Ghosn sobre su imperio.
Durante 20 años, la unión fue el estandarte bajo el cual operaron dos de las compañías automotrices más grandes del mundo, a menudo con éxito y con frecuencia para la envidia de la industria.
En su propio territorio, Nissan puede ver a qué se enfrenta. En junio, Toyota reveló sus planes para incursionar en los vehículos eléctricos en alianza con Subaru y Suzuki. Algunos analistas dicen que Mazda se les unirá. Si esa cooperación se mantiene, sería incluso más grande que la de Nissan, Renault y Mitsubishi, la marca que entró a la alianza en 2017. Al reconocer estas amenazas, las compañías insisten en que todo funciona normalmente. Sin embargo, los ejecutivos de alto nivel de las automotrices admiten que hubo cambios fundamentales en los últimos meses, que podrían socavar los esfuerzos para reparar las relaciones. El liderazgo de Nissan se guía cada vez más por la creencia de que después de años de depender de Ghosn para proteger al grupo del dominio francés, debe buscar una independencia más estructural de su socio. Mientras tanto, los jefes de Renault siguen apegados a la alianza.
FUENTE: Milenio